la misma
sombra
en aquel
umbral
dorado
de los
primeros
encuentros
entre
pájaros
de otoño
y esa
planta
desmembrada
que
tejía
enredaderas
para
cubrirnos
del sol.
Nos
mirábamos
el alma
en los
ojos
de una
rama
-ella
tenía
el secreto
que
nuestras
manos
buscaban-
conocía
la tibieza
que nos
brillaba
en la
cara
y hablaba
nuestro
lenguaje
ese
rumor
afiebrado
que nos
mordía
los labios
y nos
besaba
la espalda.
Y una
tarde
de otro
invierno
nos
convertimos
en árbol
para
guardar
el abrazo
fundidos
como
sombras
de las
ramas
como
cuerpos
de otra
piel.
Silvia Rodríguez Ares
24/7/2010
sombra
en aquel
umbral
dorado
de los
primeros
encuentros
entre
pájaros
de otoño
y esa
planta
desmembrada
que
tejía
enredaderas
para
cubrirnos
del sol.
Nos
mirábamos
el alma
en los
ojos
de una
rama
-ella
tenía
el secreto
que
nuestras
manos
buscaban-
conocía
la tibieza
que nos
brillaba
en la
cara
y hablaba
nuestro
lenguaje
ese
rumor
afiebrado
que nos
mordía
los labios
y nos
besaba
la espalda.
Y una
tarde
de otro
invierno
nos
convertimos
en árbol
para
guardar
el abrazo
fundidos
como
sombras
de las
ramas
como
cuerpos
de otra
piel.
Silvia Rodríguez Ares
24/7/2010