Tu voz,
un hilo que me salva de los miedos.
Del monstruo amado
que me mira niña,
desnuda, acorralada y débil.
Qué música tendrá tu acento.
Qué dios te inspira al pronunciar mi nombre.
Qué esfera celestial me abraza
y cura, madre,
cuando vuelvo a tus arrullos.
De mí, no sé qué más decirte.
Sólo pido que me esperes,
en tu huella,
que me hace fuerte.
Silvia R. Ares
12/4/2013
Foto: Obra de Gustav Klimt, “Madre e hija”
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