y la fiesta había empezado
tarde.
La música sonaba
en una caja de madera
y una bailarina daba vueltas
por el aire.
Yo pensé que se mareaba
y la ayudé a bajar
de sus zapatos rojos.
Ella me miró
con una mueca de payaso
el alma.
Yo le di mi flor
-esa que siempre
me gustaba tanto-
y antes de marcharme
-creo- que le sonreí.
Silvia Rodríguez Ares
25/2/2011
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