una parte de la infancia
que no tuve.
Hay muñecas bailarinas
saltimbanquis
monos relojeros
abuelitas que toman el té
y fiestas de cumpleaños.
Un gato se me acerca
ronronea
juguetea entre mis piernas
cuando quiero acariciarlo
se disuelve en una hoja de ciprés.
Levanto del suelo sus ojos celestes.
El cielo se cierra y es muy tarde.
Cuelgo mi mochila al hombro
y, esquivando cardos,
vuelvo hacia la aldea
mientras un ciervo con la cara arrugada
me lame los pies.
Silvia Rodríguez Ares
23/2/2011
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