que en la noche abren las puertas
del jardín de invierno.
Desfilan las siluetas ateridas,
siempre agazapadas a la espera
de lo que no llega o ya se ha ido
o tal vez espera oculto
hasta que la lámpara se duerma.
Pero nadie quiere
deambular a oscuras.
Aun el miedo ama la luz.
Ver los ojos del suplicio
en la cara de una rosa,
pernoctar en su fragancia
mientras en el aire la tiniebla brilla y baila
como espectro en flor.
Silvia Rodríguez Ares
13/4/2011
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