y escapa el día
en la mitad de un gesto.
No debí callar
ni diluir mi nombre.
No debí dejar entrar la bruma
ni cerrar los ojos
cuando el pájaro de mal agüero
se filtraba en mi ventana.
Ahora el vidrio roto es negro,
el párpado rezuma bilis
y la mano sangra
sin saber por qué.
Silvia Rodríguez Ares
31/3/2011
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